En este siglo, la guerra, los bandoleros, la peste y los inviernos sin fin hacen desaparecer numerosas aldeas y ciudades. En esta época, Champagne seguira siendo conocido por sus vinos tranquilos, blancos del valle del Marne, tintos de la montaña de Reims, y «grises», que tendrían algo que ver con los actuales rosados.
El período de paz que siguió a la Guerra de los Cien Años se alargó en Champagne hasta comienzos del siglo XVI. Es cierto que Francia estuvo de nuevo en guerra bajo el reinado de Luis XII y de Francisco I, pero las operaciones bélicas se desarrollaron en su mayoría en la periferia de la región y la calma dominaba las tierras plantadas de viñedo.
De todas formas, los “amigos” de los pillajes y los “defensores” de la extorsión eran de por sí bastante nocivos para la agricultura en general y la viticultura en particular. Sin embargo, los viticultores tenían otros enemigos A saber, ciertos pequeños insectos terriblemente nocivos que tenían la costumbre de alimentarse de los brotes jóvenes de las vides. Es cierto que no hay constancia de que hayan sido tan molestos en Reims como en otras partes de Champagne, especialmente en Troyes. Allí, sabemos que el viernes después de Pentecostés de 1516, el maestro Jean Milon ordenó a dichos insectos formalmente y solemnemente que “saliesen antes de seis días de los viñedos de Villenauxe, bajo pena de anatema y maldición”. Un siglo y medio después estos insectos renovaron sus estragos, y fueron exorcizados de nuevo por el cura rural de Sezanne cumpliendo la orden del obispo de Troyes, cuentan que los insectos estaban aterrorizados…
Francisco I fue coronado en Reims el 25 de enero de 1515. De nuevo, y para tal ocasión, se sirvió, entre otros, vino de la zona. Además, sabemos que, con motivo de su visita a la ciudad dieciséis años más tarde, también se le ofrecieron veinte poinçons de vino (entre 180 y 250 litros.cada uno) y sesenta más a su séquito. Estamos seguros de que el sediento (y afamado bebedor) monarca pudo apreciar y comparar las diferencias entre los vinos de la Montaña y los vinos del Río así como las peculiaridades de los que producían los viñedos de su propiedad en Aÿ.
Nuestro Carlos I (V de Alemania), también estamos seguros, hizo lo propio en su auto-invitada excursión por la zona en 1544… de esto hablaremos enseguida.
Para situar brevemente a Francisco I diremos que, entre otras, implantó en Francia las bases de la monarquía absolutista y protegió las ciencias y las artes. Fundó el Colegio de Francia, la Imprenta Real e inició la construcción del palacio del Louvre. Vivió con gran ostentación y como auténtico rey absoluto. Es conocida su afición al arte renacentista, y apostó decididamente por traerlo a Francia. Así, contrató, entre otros, al mismo Leonardo da Vinci al cual profesaba verdadero afecto, lo instaló en el castillo de Clos Lucé, cerca del de Amboise (Loira) y le confió multitud de encargos. Francisco lo consideró el primer pintor, primer ingeniero y primer arquitecto del rey.
En otro orden de cosas, podemos considerar cierto que la Corte de Francisco I fue algo más que liberal. Este rey vivía rodeado de un pequeño harén que él denominaba “mi pequeña banda”, y en opinión de Eudes de Mézeray (historiador francés del siglo XVII):
Al principio esto tuvo buenos efectos, ya que este sexo amable llevó a la corte la pulcritud y la cortesía. Pero las costumbres pronto se corrompieron: los cargos y las prebendas se distribuyeron según las fantasías de las damas
Lo curioso de esto es que la relajada vida de Francisco I inspiró a Victor Hugo a escribir una obra teatral llamada “El rey se divierte” estrenada en 1832 que fue muy criticada por la censura de la época. Giuseppe Verd tomó esta obra y compuso su ópera Rigoletto (1851). En ella, Francisco I es el Duque de Mantua y Triboulet (bufón de Luís XII y del mismo Francisco I), Rigoletto. También aparece este personaje en la novela Gargantúa y Pantagruel de Rabelais. En esta obra, Verdi nos dejó la imortal “La donna è mobile”…
Nos hemos detenido en esto debido a que, parece ser que, la región de Champagne y, en concreto la ciudad de Troyes, disfrutaron del dudoso honor de proporcionar bufones a la Corte de Francia. De hecho, hay una carta de Carlos V pidiendo a los Notables de Troyes, “según la costumbre”, que un tonto sustituyese a un tal Grand Jean de Troyes, fallecido y enterrado en la Iglesia de St. Germain l’Auxerrois, también inmortalizado por Rabelais.
Esto, pensamos no es más que un infundio de la época ya que Brusquet (bufón de Enrique II, Francisco II y Carlos IX) era de la Provenza; Triboulet, su predecesor (y del que acabams de hablar) era natural de Blois; Chicot (bufón de Enrique III y el héroe favorito de Dumas) era gascón; y,por último, Guillaume, su sucesor, era normando.
«Triboulet», ilustración para la obra de teatro «Le Roi s’amuse» de Victor Hugo. Grabado de J. A. Beaucé (1818-1875) y Georges Rouget (1781-1869).
Pero no nos desviemos…
Volviendo a Champagne y, en ese mismo año de la coronación de Francisco I, 1544, sin embargo, la cosa cambió. Las tropas de Carlos V (dijimos que volveríamos a nuestro Carlos I) incendian Vitry y bajan por el valle del Marne hasta Chateau-Thierry. Francisco I se vio obligado, también, a quemar Epernay para no dejar en manos del enemigo los suministros que se almenaban allí.
Tanto en la coronación de Francisco II, en 1559, como, dos años más tarde, en la de su hermano Carlos IX (que sería, según algunos, el instigador, junto a su madre Catalina de Medici, de la Matanza de San Bartolomé), los ciudadanos de Reims presentaron a los monarcas recién coronados los habituales regalos con vinos de Borgoña y Champaña. Estos regalos, en el último caso, recibieron una extraña contrapartida. Al modo de Tito Flavio Domiciano (del que hablamos en el capítulo relativo a Roma), Carlos IX publicó un decreto en 1566 por el que las vides debían ocupar como máximo un tercio de la superficie de cada pueblo dejando el resto de la tierra para cultivos y pastos. Esto se produjo a raíz de una desastrosa cosecha de trigo.
También sabemos que, cuando María I de Escocia llegó a Reims siendo una niña en 1550, se le ofrecieron cuatro poinçons de buen vino, una docena de pavos reales y demás animales. Sin embargo, no hay constancia de que se le hiciese ningún regalo cuando volvió a visitar la ciudad, durante la Pascua de 1561, ya como la reina viuda de Francisco II. Tampoco constan regalos cuando volvió a visitar la ciudad ese mismo año en verano, poco antes de su partida definitiva de Francia. María se alojaba por turnos con su tía Renee de Lorena, en el convento de Saint Pierre les – Dames (hoy desaparecido y que luego fue una fábrica de lana) y con su tío, el opulento y libertino Carlos de Lorena, el cardenal y arzobispo de Reims, en el bello palacio arzobispal, en el que su tío residiía con todo el lujo y la pompa posibles.
Las existencias de vino en Reims durante el período de la primera visita obligada de María debían ser bajas si atendemos a las contiinuas solicitudes de vinos cursadas por los ejércitos que están en el campo de batalla, alemanes en Attigny e italianos en Voulzy; entre otros. Otro factor sería las órdenes recibidas para destruir las cubas para que no cayesen en manos del enemigo en la época del peligroso acercamiento del emperador alemán en 1552.
A partir de 1562, las Guerras de Religión traen a toda la región, de nuevo, desorden y violencia. En 1563 la abadía de Hautvillers fue destruida y los monjes deben refugiarse en Reims. Allí permanecerán unos cuarenta años. Lo cierto es que las ideas luteranas se introdujeron pronto en la región de Champagne especialmente en Troyes, Chalons, Sézanne e incluso en Reims, a pesar de los esfuerzos de los arzobispos de la familia Guise y de la Liga Católica.
La Liga Católica, también llamada Santa Liga, La Liga o la Santa Unión fue un movimiento político armado de carácter católico que tomó fuerza durante las Guerras de Religión en Francia. Su objetivo era imponer el catolicismo como única religión y eliminar el protestantismo en Francia. Fue creada formalmente en 1576 con el fin de contraponerse al Edicto de Saint-Germain (1570) y al Edicto de Beaulieu (6 de mayo de 1576), considerados, ambos, demasiado favorables a los protestantes. Su jefe más destacado fue Enrique I, duque de Guise, al que sucedió, tras su asesinato, su hermano Carlos de Lorena, duque de Mayenne y que proclamó rey de Francia al Cardenal de Borbón… una hstoria un tanto descabellada que no viene a cuento.
La Santa Liga luchó contra el rey católico Enrique III de Francia y el protestante Enrique de Navarra, futuro Enrique IV de Francia, y contó con el apoyo del papa Sixto V, los Jesuitas, la reina Catalina de Médicis y el rey Felipe II de España.
La Santa Liga tuvo una fuerte implantación en las regiones del este y del noroeste de Francia: Lorena, Borgoña, Champaña, Bretaña, Normandía y en la ciudad de París, donde tuvo lugar la Matanza de San Bartolomé. Constituyó uno de los peligros más grandes que conoció la monarquía francesa antes de la llegada del Absolutismo, junto con la Fronda, en el siglo siguiente (ya hablaremos de ella), cuyos promotores tuvieron muy presente el espíritu de la Liga… aunque eso es otra historia.
A propósito, fue en Dormans donde el Duque de Guise, jefe de la Liga, recibió en 1575 el golpe de arcabuz que le valió el apodo de “Caracortada”… esto también es otra historia.
En cualquier caso, cuando, el 13 de febrero de 1575, la frente de Enrique III, último de los Valois, fue ungida con el aceite sagrado por el Cardenal de Guise, sabemos que sólo fue servido vino de Reims en el banquete que tuvo lugar después para retomar fuerzas.
Un dato interesante y que permite evaluar la progresión en el renombre de los vinos de Champagne es el precio pagado por los mismos en las coronaciones de estos monarcas. Así, en la coronación de Francisco I, en 1559, los vinos de Reims estaban entre 11 y 15 libras francesas la queue, mientras que los de Borgoña estaban a 16 (si tenemos en cuenta el transporte, podemos ver que estaban a la par). En la coronación de Carlos IX, en 1561, los vinos de Reims se pagaron entre 23 y 28 libras la queue. Por último, en la coronación de Enrique III, se pagaron entre 45 y 62 libras por queue.
Siguiendo con Enrique III, este rey tuvo la delicadeza, en 1577, de convertir en recomendación para los gobernadores de las provincias el edicto que había promulgado su hermano Carlos IX exigiendo sólo que la plantación de vides no diese lugar a un descuido de las otras labores del campo.
Una curiosidad que nos cuenta el Abad François ROZIER en su Cours complet d’agriculture théorique, pratique, économique, et de médecine rurale et vétérinaire. Suivi d’une Méthode pour étudier l’Agriculture par príncipes (1781) es que entre la fecha de la promulgación de la limitación de la plantación de viñas por parte de Carlos IX y la modificación que hizo Enrique III también se aprobó cierta legislación, en teoría muy favorable al comercio del vino.
Los barqueros y carreteros, que transportaban el vino se permitían, durante su camino, beber de aquello que transportaban. Rellenaban el vacío resultante con agua y arena. Esta costumbre era tan general que, lejos de ocultarse, había llegado hasta el punto de considerarse casi como un derecho. Cuenta el caso de un comerciante de Arqueville al que le entregaron un vino en tan mal estado (debido a esta costumbre) que no le quedo más remedio que denunciar a los transportistas. El tribunal les condenó como ladrones obligándoles al pago de los daños a reparar y a ser azotados. El tribunal también advirtió que, a partir de ese momento, los que hiciesen lo mismo serían ahorcados. Esta famosa sentencia con fecha de 10 de febrero 1550 causó bastante revuelo aunque no consiguió eliminar esta costumbre. No se detuvo el mal. Se lamenta el abad que la misma bellaquería pronto reanudó su curso y se mantiene hasta hoy en día, a pesar de la costumbre que tenemos ahora de dar a los transportistas un par de barriles de vino para su consumo durante el transporte. Es triste que tengan la manía de pensar, a menudo equivocadamente, que el vino que se les da es el peor de todos y prueban todos los barriles que transportan, acabando con el mejor de la partida y adulterando casi todo lo demás. Esta costumbre es uno de los mayores obstáculos que debe vencer el comercio del vino, sobre todo, el comercio de buenos vinos.
Volviendo a Champagne, los enfrentamientos siguieron a la muerte de Enrique III. El este del país yacía devastado por las luchas entre los hugonotes y la Liga, entre alemanes y españoles. Reims se convirtió en la principal fortaleza de los católicos, que formaron una especie de república en la ciudad. El resto de pueblos y aldeas de la zona cambiaba de bando casí a diario. Los partidarios de Enrique de Navarra y los defensores de la Liga eran causa de grandes preocupaciones entre los viticultores y labradores de la Montaña y del Marne.
Según Jean Pussot, conocido constructor, maestro carpintero y dueño de viñedos en Reims, que escribió en 1592 su diario Journalier ou Mémoires de Jean Pussot, maure-charpentier en la Couture de Reims (publicados por E. Henry y Ch. Loriquet en Reims en 1858), en 1589 muy poco vino pudo envejecer en Reims debido a “la afluencia de enemigos”.
Esta obra nos permite conocer muchos detalles sobre la producción de los viñedos de la montaña y del Río. Ofrece información desde 1569 a 1625. Así, sabemos qiue durante los últimos treinta años de este siglo, las viñas sufrieron por culpa de las heladas y de la humedad excesiva. También sabemos que, a veces, el vino era tan malo (como por ejemplo hacía finales de 1579) que había que malvenderlo. Por el contrario, en 1587, hubo tal excasez que alcanzó precios prohibitivos. En 1579, las uvas se helaron en las viñas y hubo que tranportarlas en sacos. Durante esa cosecha, el vino empezó a pagarse entre 12 y 16 libras francesas la queue pero se volvió tan imbebible que en Navidad se pagaba a menos de seis.
Siguiendo con la guerra, después de la batalla de Ivry (14 de marzo de 1590), Reims se sometió al rey. No ocurrió lo mismo con otros pueblos vecinos, entre ellos Epernay. Sin embargo, también cayó en 1592 después de un cruel asedio. En otoño de ese mismo año, los líderes de las respectivas facciones se reunieron en la iglesia de St Tresain, en Avenay, y acordaron una tregua durante la cosecha que estba a punto de empezar, para que los cultivos de maíz y de vid pudiesen ser recogidos- Esta tregua se conoce como Treve des Moissons. El vino, ese año, resultó ser de una excelente calidad, pagándose entre 40 y 70 libras francesas la queue, siempre según Jean Pussot.
El sistema de cultivo debía ser peculiar en la época ya que, de acuerdo con el breviario agrícola La Maison Rustique (según Charles Estienne y Jean Liebault; L’Agriculture et Maison rustique. Paris, 1586) se afirma que para tener una cosecha abundante y buen vino, todo lo que debía hacer el viticultor era llevar una rama de hiedra y poner bellotas trituradas y hierbas molidas en el agujero que se había hecho cuando se plantó la vid. Decía además, que para obtener uvas sin pepitas bastaba con extraer la “médula” del brote joven y envolver el final con un papel húmedo o clavarle una cebolla al plantarla. También señala que, para obtener uvas en primavera había que injertar la vid en un cerezo. Por último, dice que para obtener un vino con propiedades laxantes, basta con sumergir las raíces de la planta en un líquido con esa misma propiedad antes de plantarla o introduciendo el mismo a través de una hendidura en el tallo.
Es cierto que las luchas y batallas son sangrientas y enconadas pero parece que ser que las villas “vinícolas” sufren relativamente poco. Epernay (como ya hemos dicho) se mantuvo resueltamente católica y sin embargo, fue objeto de intensos combates en 1586 y en los años siguientes. De hecho, en 1592, Enrique IV vino en persona a sitiar la ciudad, en manos de la Liga, entre otros motivos, cuentan, por el dolor de ver a su amigo Armand de Gontaut, el mariscal Biron, muerto de una bala en el costado.
Estos hechos los sabemos por las Œuvres Meslées que escribió Valentine Philippe BERTIN DE ROCHERET y que cuenta:
Durante el sitio de Epernay que comenzó 24 de julio de 1592, el ejército del rey Enrique IV está acampado en Chouilly. El rey iba a menudo a Damery a visitar a la Presidenta de Puy que vivía allí en su bodega. Un día que volvía al galope, el viento hizo volar el sombrero del rey al acercarse al camino del barrio de Igny. El Mariscal Biron se levantó y se puso el sombrero bromeando. El penacho blanco que adornaba dicho sombrero llamó la atención de Petit, maestro de artillería de la ciudad, que apuntando a dicho penacho dijo a sus compañeros ¡¡a por el Bearnés!! (uno de los apodos de este rey). Así, apuntando con su arma (llamada «El Perro de Orleans”) hizo saltar por los aires la cabeza del desgraciado mariscal el 4 de agosto de 1592.
No obstante, otras fuentes, como el Mercure de France (revista literaria francesa que debe su nombre a Mercurio. dios romano del comercio y de los ladrones y mensajero de los dioses. y que fue fundada en el siglo XVII bajo el nombre de Mercure Galant y que con el tiempo evolucionaría hasta convertirse en casa editorial en el siglo XX siendo hoy propiedad de Gallimard) en enero de 1728, dicen que la fecha es incorrecta y que se ha embellecido la historia. Según esta fuente, esto es lo que escribió Enrique IV el 10 de julio de 1592 a su embajador en Londres, el señor de Beauvoir:
Ayer estando alojado en el pueblo de Damery, quise montar a caballo después de la cena, para dar un paseo a lo largo del río por el otro lado de Epernay. Mi primo el mariscal Biron quiso venir conmigo en contra de mi opinión y sucedió que un tiro proveniente de la ciudad le dio en la cabeza con tan mala fortuna que murió en menos de una hora y sin hacer ningún daño a nadie más de los presentes.
La Presidenta de Puy, que cita Bertin de Rocheret era Anne Dudley, esposa de Oudart du Puy, presidente de la demarcación de Epernay y a quien Enrique IV llamaba “su bella anfitriona”.
Este rey, Enrique IV, tiene un montón de anécdotas y, a menudo, es considerado por los franceses como el mejor monarca que ha gobernado su país, siempre intentando mejorar las condiciones de vida de sus súbditos. Se le atribuye la frase “Un pollo en las ollas de todos los campesinos, todos los domingos”, que ejemplifica perfectamente su política de hacer feliz a su pueblo, no sólo con poder y conquistas, sino también con paz y prosperidad. Es el referente de los monárquicos franceses, los cuales realizan todos los años un homenaje frente a su estatua del Pont Neuf (Puente Nuevo) de París el día de su entrada a la ciudad. También se le atribuye la frase “Paris vaut bien une messe” (París bien vale una misa) cuando en un acto de realismo político, dio ese paso el 25 de julio de 1593 convirtiéndose al catolicismo, momento en que se le atribuye la célebre frase…no sabemos se queriendo decir con ello que en el fondo siguió siendo calvinista, disfrazado de católico sólo para llegar al poder o bien que daba igual la religión, mientras tuviera el poder.
Se le atribuyen muchas otras situaciones graciosas y somos conscientes de que la mayoría son falsas pero hay una que nos gusta mucho y aprovechando que estamos hablando de él…
Como era costumbre en la época, a Enrique de Borbón (heredero al trono de Navarra) le concertaron un matrimonio de conveniencia con Margarita de Valois, hermana del rey Carlos IX de Francia, también conocida como la «Reina Margot»
El joven príncipe se casó en contra de su voluntad y no sentía ningún tipo de atracción por la que sería su esposa a partir del 18 de agosto de 1572, día en el que se celebró la solemne ceremonia en el atrio de la Catedral de Notre Dame de París, Desde el primer momento el esposo, que fue coronado ese mismo año como Enrique III de Navarra, se sintió desdichado y decidió buscar consuelo en el lecho de otras mujeres.
El monarca fue infiel a su esposa con numerosas cortesanas y en 1589, poco antes de ser coronado rey de Francia como Enrique IV, Enrique de Borbón y Margarita de Valois se separaron tras 17 años de infeliz matrimonio.
En 1600 Enrique se casó en segundas nupcias con María de Médici con la que tampoco se sentía plenamente feliz y a la que también fue infiel en numerosísimas ocasiones, llegando la noticia hasta oídos del confesor real que decidió finalmente tomar cartas en el asunto y reprochar las aventuras extraconyugales al monarca.
Por mucho que intentó explicar al religioso su desdicha y motivo por el que cometía el adulterio, el confesor desaprobaba dicha conducta sermoneándolo continuamente, hasta que al rey se le ocurrió un plan perfecto para hacerle entender sus motivos: invitarlo a comer.
Se dispuso una gran mesa en la que se le sirvieron, uno detrás de otro, platos únicamente cocinados con perdiz. Pero llegó un momento en el que el religioso parecía estar cansado de comer todo el rato lo mismo, por lo que el monarca le preguntó si no era de su agrado la comida y el confesor contestó algo angustiado:
Majestad… siempre perdiz…
A lo que el rey replicó:
¡Siempre reina!
Sigamos…
La región de Champagne volvió a caer en la pobreza. Así nos lo cuenta Eugène MAURYen su obra L’ Ancien vignoble Bar-sur-Aubois, dans L’Almanach du Petit Troyes de 1909, citando a Claude Haton, párroco en la región de Aube en aquella época:
No es posible creer los tormentos que han soportado las pobres gentes (tanto hombres como mujeres) de los pueblos en su cuerpo, mente, alma, propiedades, animales y otras cosas. Tormentos provenientes de compatriotas.
También Jean Pussot anotó en 1592 en su diario:
Las luchas continúan excepto alguna pequeña tregua que fue acordada con los de Chalons para la vendimia y el transporte del vino.
También nos dice que:
Se ha añadido otro temor, el de los lobos que han atacado y devorado a varias personas tanto en el campo como en la viña y en los pueblos.
Por si fuera poco, hubo una epidemia de peste en la región en 1598. Sin embargo, ese mismo año trajo, al fin, perspectivas de paz y tranquilidad después de medio siglo de desgracias. El Tratado de Vervins (actual Aisne) fue firmado el 2 de mayo de 1598 por Felipe II y Enrique IV, que hará su entrada en Reims en 1606.
El viñedo sufrió mucho durante este período pero continúo produciendo vinos para para vender, e incluso… para regalar. Era una costumbre en aquella época ofrecer vin de ville, vino de villa, (según el Grand Vocabulaire Français, aquel vino que las autoridades regalan a alguien importante con motivo de su visita a la ciudad) Hay muchos ejemplos de esto, por citar uno, está documentada en las actas de una reunión de la Asamblea de la ciudad de Epernay, de 25 de mayo de 1540, el regalo de veinte poinçons de vino al Señor de Guise.
Del mismo modo, es obvio que, en años difíciles, el comercio, se ve obstaculizado por las malas carreteras y la presencia de los soldados, a pesar de que a veces éstos eran clientes relativamente poco exigentes. Así según Pussot (del que ya hemos hablado) en 1579:
los vinos que se helaron no estaban nada buenos. En Navidad no se pagaban a más de quince libras francesas queue (unos 400 litros). Menos mal que el campamento de La Fère los compró todos a ese precio.
También es cierto que la guerra no supuso una imposibilidad absoluta para el comercio con el enemigo, como lo demuestra el ”Placcart du Roy Notre Sire sur l’entrée des Vins d’Aÿ et autres de Charroy. Bruxelles, 1643”, un edicto de Felipe IV, rey de España, publicado en Bruselas y que permite “como experimento y como una tolerancia provisional para el año de la última cosecha, transportar los vinos de Aÿ o de transportar desde los países enemigos, sin que sea necesario obtener licencia o pasaporte especial”. Los lugares de entrada eran Cambrai, Valenciennes, Avesnes, Philippeville, Marienburg, Luxemburgo, Montmédy, Givet, y la autorización se aplica al “transporte por el río Meuze y los comerciantes y transportistas enemigos”. De hecho, la exportación se convirtió en algo relativamente frecuente y se conoce, por ejemplo, que el hermano Geoffroy Piérard, abogado de la abadía de Saint-Martin-Epernay, vendió en 1561 a un comerciante de Lieja cuarenta barriles de clarete a un precio de ventiuna libras la queue (Bulletin du Laboratoire expérimental de viticulture el d’ oenologie de Moët & Chandon. Épernay, 1908)
Ya hemos dicho que el Tratado de Vervins puso fin a estas guerras de reiligión. Supuso, además, el comienzo de una expansión para los vinos de Champagne. Éstos, todavía eran identificados por el nombre del pueblo de donde venían o por la expresión “vins de Rivière (si procede). También eran, a veces, identificados, por el nombre de la ciudad que comerciaba con ellos. Éste es el caso de algunos vinos conocidos como “de Reims”.
El siglo XVII empezará de forma relativamente tranquila en Champagne, pero de nuevo otra guerra, en este caso la Guerra de los Treinta Años y la Fronda volverán a asolar la región que, de nuevo, deberá salir adelante aunque el siglo terminará con unas condiciones deplorables para las gentes de esta zona.
Lo veremos en el próximo capítulo… y veremos también cómo los vinos de Champagne comenzarán a ser nombrados como tales a partir de 1600 y cómo los vinos de Aÿ van a ganar renombre.