DAVID BERNARDO LÓPEZ LLUCH

El siglo XVII será el siglo en el que los vinos tranquilos de la región de Champagne brillen con una luz inigualable, con esa luz del sol poniente en el momento en el que desaparece.  Se dice que el cuidado continuo y la incansable industria habían dado como resultado la producción de un vino que parece haber sido reconocido más allá de todos los demás por un sabor delicado, pero bien desarrollado, peculiarmente propio, pero de los que la maravillosa revolución efectuada por la invención del vino espumoso ha dejado pocos restos.

El primer tercio de este siglo fue relativamente pacífico en Champagne. No hay más que señalar algunas revueltas en la parte oriental, debido a las intrigas de Charles de Gonzague, gobernador de la provincia,  confabulado con Luis II de Borbón, Príncipe de Condé y a los duques de Mayenne y de Bouillon para oponerse a la regente María de Médicis.

Según Jehan PUSSOT (un carpintero de Reims que mantuvo un diario ininterrumpido desde 1568 a 1625) en su Memorial du Temps, la cosecha de 1604 fue tan abundante que los bodegueros no tenían sitio donde almacenar el vino. Sin embargo, tres años más tarde la vendimia fue la más escasa que se recordaba.  Además, el invierno fue tan frío que el vino se congeló no sólo en las bodegas, sino también en la mesa cerca del fuego. Esa primavera, debido a la escasez cualquier basura de vino se pagaba a 80 libras la queue en Reims.

El 17 de octubre de 1610, en el banquete tras la coronación de Luis XIII (éste es el rey que creó la Compañía de Mosqueteros de la Guardia en 1622 y que tuvo como Primer Ministro a Richelieu), el único vino servido fue el de Reims. Se sabe que los futuros habitantes de la Place Royale que asistieron a esa ceremonia no eran personas dispuestas a olvidar o menospreciar una buena añada. Los vinos de Champagne volvieron a ser coronados junto al rey y, seguramente, hicieron de él un mejor monarca. Otro detalle que ilustra la importancia de los vinos de Champagne en la época es una queja dirigida al rey cinco años tarde por unos impuestos sobre los bienes vendidos en las ferias. En la queja se afirma que es notorio que el principal comercio de Reims en la época era el de vinos.

Según las ordenanzas policiales de 1627, el precio del vino se fijaba tres veces al año, a saber, en Navidad, Cuaresma y a medio verano. Los taberneros estaban obligados a tener una tabla con los precios de regulación a la vista en sus establecimientos. Estaba prohibido vender el vino más caro.  La multa era de 12 libras en la primera infracción y 24 la segunda vez.  Además, para fomentar la producción local, estaba prohibido vender vino que no fuera de ese pueblo y de como máximo ocho leguas a la redonda bajo pena de confiscación y multa cuya cantidad era arbitrarias. Además, los viticultores estaban obligados a matar y quemar todas las babosas y otros bichos similares que durante 1621 y los dos años siguientes habían causado mucho daño.

Es bastante obvio que el cumplimiento de estas normas debió relajarse bastante durante la época en la que la Fronda campó a sus anchas en la región (de esto hablaremos enseguida).

A partir de  1630, las operaciones derivadas de la intervención francesa en la Guerra de los Treinta Años y las intrigas del duque de Lorena (el famoso Henri de Lorraine, quinto Duque de Guise y arzobispo de Reims a la tierna edad de quince años) convertirán, según nos indica René CROZET en 1933 en su Histoire de Champagne (Ed. Boivin, Paris, 1933), la región de Champagne en un vasto campo militar. España es dueña del norte de Francia y será en las planicies de la región de Champagne donde los ejércitos se reunirán.

La Guerra de los Treinta Años constituye uno de los enfrentamientos más importantes de la Edad Moderna por varias razones. De hecho, está considerada como la primera guerra del mundo moderno. Comenzó como un conflicto religioso entre católicos y protestantes y terminó como una guerra por el poder de Europa. Tuvo como resultado una serie de nuevas realidades. En primer, como consecuencia de ella, se reconoció la libertad religiosa en varios Estados. Además, supuso el predominio de Francia sobre las otras naciones de Europa Central. Alemania devolvió a Francia las provincias de Alsacia y Lorena. Por último, restableció el equilibrio europeo, roto a raíz de las victorias de Carlos V. Se entiende por equilibrio europeo el afán de los Estados de Oriente y Occidente de Europa para conservar el mismo poderío, la misma fuerza, a fin de respetarse mutuamente.

Se puede decir que tuvo cuatro grandes períodos: palatino, sueco, danés y, por último, francés.  El que nos interesa aquí es el último. Francia creyó llegado el momento de intervenir para arruinar a la Casa de Austria. El Ministro de Luis XIII, Cardenal Richelieu (seguro que les suena este señor) con gran visión, empujó a su país al conflicto, confiado en la victoria final. Firmó alianzas con Bernardo de Sajonia, con los Países Bajos y con algunos Príncipes de Italia y lanzó sus ejércitos contra Alemania y España, que también estaban unidas. Al principio de la guerra, el Emperador Fernando II invadió Francia y obtuvo algunas victorias; pero Richelieu puso al frente de sus ejércitos a Bernardo de Sajonia y al temerario general Chatillón. El primero venció a los alemanes en Alsacia. El segundo derrotó a los españoles en Arras y les quitó la provincia francesa de Artois.

Durante varios años ningún bando dominó claramente en esta guerra. Hubo un cambio de líderes en los países en lucha. En Alemania ocupo el trono Fernando III, y en Francia subió al poder Luis XIV. Sólo a partir de ese momento se pudo entrever un final. Los generales franceses Turenne y Condé (de los que hablaremos), después de sensacionales victorias, metieron sus ejércitos hasta el corazón de Alemania, y amenazaron con tomar Viena, que era la capital del Imperio. Ante tal perspectiva, el nuevo Emperador Fernando III prefirió acordar la paz firmando el Tratado de Westfalia, el Tratado más importante de los tiempos modernos, y cuyas consecuencias se dejan sentir aún en la época actual.

Volviendo a Champagne, es cierto que la región no sufrirá  los combates en esta ocasión, pero si las confiscaciones y los pillajes por parte de las tropas de Luis XIII hasta la victoria de Rocroi, conseguida en 1643 por el Príncipe de Condé.

Merece la pena detenerse y situar la Batalla de Rocroi en contexto. La batalla de Rocroi o Rocroy tuvo lugar  el 19 de mayo de 1643 entre el ejército francés al mando del joven Luis II de Borbón-Condé, por aquel entonces Duque de Enghien y de 21 años de edad, más tarde Príncipe de Condé, y el ejército español a las órdenes del portugués Francisco de Melo, Capitán General de los Tercios de Flandes. El enfrentamiento, que comenzó antes del amanecer, duró cerca de seis horas y terminó con la victoria francesa.

El rey Felipe IV había heredado el trono de España en una situación un tanto decadente para un imperio que se extiende por todo el planeta y mantiene la hegemonía mundial. No obstante, ya no es el inexpugnable imperio al que nadie es capaz de hacer sombra del siglo XVI y ya no llegan las ingentes cantidades de oro que llegaban en el siglo XVI a España. Esta situación les da alas a Francia e Inglaterra que quieren hacerse con el puesto de primera potencia mundial. Francia declara la guerra a España, prácticamente a la par se suceden revoluciones en Portugal y Cataluña alimentadas por los aspirantes al trono mundial, Francia e Inglaterra. Para aliviar la situación en esas zonas y la presión francesa en el franco-condado, Felipe III decide invadir el norte de Francia desde Flandes, siendo la batalla definitiva la que se libra en Rocroi en 1643, en ella se decidirá el destino de la guerra, y una inyección incalculable de moral para el vencedor. Se la considera como el principio del declive de los tercios españoles, dada la repercusión que alcanzó la derrota. Los Tercios no volverían a conseguir el pasado esplendor, el que les hizo merecedores de una aureola de invencibilidad en los campos de batalla europeos. Con esta batalla comienza el declinar del imperio y se inicia el principio del fin de la hegemonía militar de España en Europa. El relevo lo toma Francia, la gran beneficiada, que empieza a emerger como potencia continental.

 

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Batalla de Rocroi (1643) por Augusto Ferrer-Dalmau

 

La presencia de tropas en Champagne y sus consecuencias será sólo un preludio de la terrible miseria que la Fronda (dijimos que hablaríamos de ella) traería a Champagne desde 1648 hasta 1657.

La Fronda es como se conoce a una serie de movimientos de insurrección ocurridos en Francia durante la regencia de Ana de Austria, y la minoría de edad de Luis XIV, entre 1648 y 1653. El nombre de fronde evoca las hondas o tirachinas que portaban los sublevados del primer levantamiento en París. Fue la última batalla llevada a cabo contra el rey de Francia por los Grandes del reino y se continuó con la guerra hispano-francesa de 1653-1659. Se dividió en dos partes:

  • la Fronda parlamentaria o «vieja Fronde», que fue la que empezó la guerra,
  • la Fronda de los príncipes, que la continuó, amplió y sucedió antes de ser vencida, víctima de su modo de funcionamiento, alianzas y convulsiones.

 

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Aviso que da un frondista a los parisinos en los que les exhorta a sublevarse contra la tiranía del Cardenal Mazarino. Grabado anónimo (siglo XVII)

 

Los españoles de los Países Bajos se aliaron con los Frondistas. Para contrarrestar la amenaza que suponían para el este de Francia, Condé enviará a Champagne, en 1649, a las tropas del Barón von Erlach, un caballero suizo. En realidad, estas tropas no son más que un grupo de aventureros alemanes, polacos y suecos (principalmente), que se ocupará de mantener bajo control a la región durante dos largos años, dejando un horrible recuerdo.

Las tropas del mariscal du Plessis considerarán la región como tierra conquistada. Arrasaron con el vino en las tabernas, marchando en destacamentos por los distintos pueblos para evitar que aquéllos que se negaron a pagar los impuestos destinados a sufragar la guerra trabajen sus tierras. Tierras que fueron arrasadas por este ejército cuando los habitantes de Reims se negaron a pagarles.  Está documentado el pillaje de las llanuras de Les Moineaux y Sacy; así como la de la Montaña (cerca de Verzy) desde marzo hasta julio de 1650.

Como consecuencia de todo esto, las gentes de la zona, durante el siguiente año tuvieron que subsistir con hierbas, raíces, caracoles, sangre, pan hecho de a base de salvado, perros y gatos.  Se sabe que murieron a cientos por comer un pan hecho  base de un trigo que aún no estaba maduro cosechado en junio.  La ruina fue completa cuando llegó la hora de trabajar el campo y las viñas y no había hombres disponibles. Esto se puede leer en el libro de Alphonse FEILLET La Misére au temps de la Fronde (1862).

Otro autor, Dom Guillaume MARLOT en su Histoire de la ville, cité et université de Reims (1845), sin embargo, afirma que los viñedos siguen cubriendo las montañas y rodeando la ciudad de Reims como una corona de color verde. También dice que la producción no sólo abastecía las necesidades locales sino que permitía vender fuera, suponiendo considerables ingresos y extendiendo la reputación de los vinos de la región.

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Se harán frecuentes los crímenes, el saqueo, los sacrilegios y las violaciones. Da cuenta de esto otra crónica de aquella época titulada La Champagne désolée par l’armée d’Erlach, y cuya lectura es, créanme, insoportable.

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Oudard COQUAULT, un burgués de Reims, escribe en sus memorias en mayo de 1649, los de la montaña desde Rilly hasta Villers-Marmery aguantan, y a mitad de junio del mismo año, del 12 del pasado hasta el l0 de junio, un coronel alemán nombrado Binet, saquea el rio Marne. El lugar de encierro es Aÿ. Se exigen unas onces mil libras para el rescate.  Este grupo siembra el pánico en todos los pueblos. Nadie se atreve a salir al campo por miedo a ser saqueado.

Tras los soldados de Erlach (no deja de ser curioso que se emplee derlache como sinónimo de bestia sanguinaria) llegarán en 1651 al Valle del Marne, al lado de Epernay, un grupo de ladrones capitaneados por un tal Charles Oudard conocido como Mâchefer.

En abril de 1652, Carlos VI, duque de Lorena, arrasa la región de Champagne con una banda de mercenarios (unos 20.000) pidiendo rescate de todo aquél que se encuentran por el camino. Coquault escribe: Los pueblos están desiertos y destrozados; éstos son los fatales efectos de las guerras. Añade que, un día, volviendo de Hautvillers, fue sorprendido por un grupo de Loreno, robado y secuestrado, y que su agricultor en Chenay fue asesinado.

Además, Condé y luego Turenne (cuyo nombre completo era Henri de la Tour d’Auvergne, vizconde de Turenne), se alojan en Champagne y sus tropas tienen el mismo cuidado con los habitantes de la región que otros soldados que les precedieron, ¡¡ya saben!!, cuando los elefantes se pelean, la que sufre es la hierba. Coquault señala que los soldados de Turenne se bebieron, sólo en Hautvillers, más de 600 barriles de vino (esto es, más de 1.200 hectolitros). Exclama, no son perros lo que el rey envió para cuidad del rebaño, son lobos.

En 1648, el premier president (durante el Antiguo Régimen en Francia, el primer presidente del parlamento era un juez superior nombrado por el Rey. Ejercía de moderador y de mediador entre la autoridad real y los demás magistrados) Mathieu MOLÉ se dirige a la Reina en sus Remontrances indicándole que el campo no es más que un desierto.

Sabemos que, en esa época, la viticultura, la elaboración y el transporte de los vinos se hacían con unos costes y unos riesgos considerables y constantes. Coquault nos cuenta que, el 24 de septiembre de 1650, el ejército del mariscal de Praslin estaba en la llanura de Mesneux y Sacy destrozando los viñedos. Añade que el 11 de octubre del mismo año el ejército vuelve a Sillery, saqueando y llevándose lo poco que quedaba en Villers Allerant.

Émile ROCHE, en su Le Commerce des vins de Champagne sous l’ancien régime, tesis doctoral leída en la Universidad de Borgoña en 1908, nos recuerda que, en el siglo XVI, también, como siempre en circunstancias similares, hubo gente que sacó partido de la situación. El ejército de Flandes compró cantidades considerables de vino haciendo que los precios subiesen todavía más para satisfacción de los comerciantes.

Era tal fue la fama de los vinos de Champagne que cuando Luis XIV (el Rey Sol… constructor del Palacio de Versalles y abuelo de nuestro Felipe V), fue coronado en Reims en 1654, todos los grandes señores presentes en la ocasión estaban ansiosos de disfrutar de estos vinos y, sin duda, miraron con envidia el cesto que contenía un centenar de botellas de los mejores vinos de la región que los nobles de Epernay habían traído consigo como regalo al valiente Turenne (del que y hemos hablado). Sabemos que él, en concreto, no era ajeno a los méritos de estos vinos. Los conocía bien de su estancia en la región durante los dos años anteriores peleando contra Conde y sus aliados españoles.

Este mismo año (1654), el Procureur de l’Echevinage habla del principal comercio de Reims como consistente en la venta de vino, de la cual los habitantes producen grandes cantidades, tanto de la Montagne de Reims como de la Rivière de Marne. Este comercio se verá, de nuevo, interrumpido por las incursiones de Montal (antiguo jefe de la guarnición de Sainte Menehould) y sus españoles en 1657 y 1658.

En 1659, la Paz de los Pirineos finalmente supondrá un alivio en Champagne, un alivio que era más que necesario en la región tras treinta años que figuran entre los más oscuros de su historia. Todo esto, teniendo en cuenta que, sólo cinco años antes, el 7 de junio de 1654, Luis XIV, con 16 años, había sido coronado en Reims. Coquault finalmente puede escribir: Aquí estamos por fin en paz, con abundancia, con tranquilidad. El campo, más incluso que las ciudades, había sufrido el paquete de desgracias completas habituales de las guerras: la destrucción de aldeas y cosechas, epidemias y hambrunas.

También es bueno aclarar que la Paz de los Pirineos tuvo que firmarse dado que la guerra había sido también contra España. Por eso fue necesario firmar entre los dos países un tratado aparte y ésta fue la Paz de los Pirineos. Según el acuerdo firmado, España devolvía a Francia, entre otras, las provincias de Rosellón y Artois. Terminó así la Guerra de los 30 Años.

Guy Patin (aunque médico y decano de la facultad de Medicina de París en 1560 – 1562, ha pasado a la historia por literato y es una excelente fuente de datos históricos), en 1666, menciona el hecho de que Luis XIV hizo un regalo a Carlos II de Inglaterra consistente en doscientas botellas de excelente vino de Champagne, Borgoña y Hermitage que le hicieron exclamar, tres años más tarde:

¡Viva el pan de Gonesse, viva el buen vino de Paris, de Borgoña… de Champagne!

En esta misma época Jean-Baptiste Tavernier, viajero incansable, (famoso por haber vendido en 1668, el Diamante Azul al rey Luis XIV de Francia) hará lo propio difundiendo la fama del vino de Champagne dándolo a probar a todos los soberanos que tuvo la ocasión de conocer en sus viajes.

.A pesar de la paz, la presencia de los soldados continuará hasta el final del siglo debido a las campañas militares desarrolladas por Luís XIV en el exterior. Los inconvenientes que implica este hecho, las constantes subidas de impuestos y  el encarecimiento de la vida, se añaden a las miserias acumuladas durante las guerras de religión, la Guerra de los Treinta Años y la Fronda. Hacia el final del siglo XVII, las condiciones de vida de los campesinos de Champagne son deplorables.  Conocemos el terrible texto Les Caractères ou les murs de ce siècle de LA BRUYÈRE, escrito en 1689: Vemos animales enfadados, machos y hembras, esparcidos por el campo, negros, lívidos y quemados por el sol, unidos a la tierra que rebuscan y menean con un tesón invencible…  Se retiran por la noche a sus madrigueras, en las que viven a base de pan negro, agua y raíces.  El mismo autor añade un poco más adelante: el destino del viticultor, del soldado y del picapedrero me impiden sentirme triste por no compartir la fortuna de los príncipes y los ministros.

Ahora bien, es complicado hacerse una idea exacta de la condición de viticultor.  Ya lo vimos cuando hablamos de la Guerra de los Cien Años.  Si miramos en conjunto, los habitantes del campo son sin duda desgraciados en esta época.  Sin embargo, hay matices. A pesar de lo que pensaba La Bruyère, y tal y como señala Émile MIREAUX en  Paysans du Grand roi, publicado en La Revue de Paris, en noviembre de 1958, el viticultor es, en cierto modo, un privilegiado ya que la viña, en estos tiempos, está mejor considerada que las otras lierras de labranza. No es raro encontrar viticultores que sean dueños de las tierras que cultivan. Además, poseen algunas cabezas de ganado y alquilan sus servicios y sus conocimientos a los habitantes de la ciudad y a otros propietarios de viñedos a un precio más que conveniente.  El que no posee viñas es granjero o aparcero, de acuerdo a figuras bien definidas y con derechos y obligaciones claramente establecidas.

Se puede afirmar que los únicos viticultores que han conocido el hambre y la miseria durante los siglos XVI y XVII son aquellos cuyas regiones que se han encontrado de una forma  u otra, directamente afectada por operaciones militares o por la retaguardia de las mismas.  Además, en esos casos, estos viticultores se verían afectados sólo durante esos períodos. Es cierto que a veces esos períodos eran bastante largos.

De esta forma, los viticultores de la Basse-Champagne (parte meridional de la provincia de Champagne, además de Troyes, Bar-sur-Seine, Bar-sur-Aube y Sézanne) no se vieron tan afectados como los del Valle del Marne y de la Haute-Champagne, entre los ríos Marne y el Aisne.

La suerte del viñedo está unida a la del viticultor. Es obvio que durante los períodos tormentosos, la superficie cultivada disminuye y que, tan pronto como la calma regresa, las nuevas plantaciones compensan las que se perdieron (por lo menos en las zonas en las que la uva alcanza una calidad adecuada).  También se nota, a veces, algunas medidas restrictivas tomadas por el gobierno o las autoridades locales en momentos en los que es necesario fomentar el cultivo de cereales. Así, en 1552, según Yves GANDON (en su libro Champagne publicado en 1958) se dio orden de arrancar viñedos y, en 1556 se dictaminó (según nos dice el abatte ROZIER en su Traité théorique et pratique sur la culture de la vigne, avec l’art de faire le vin par le Cen Chaptal (publicado en 1801) que, como máximo, un tercio de las tierras de cada cantón estuviesen plantadas de viña.  De este modo, la región de Champagne vio ligeramente disminuida su superficie de viñedo desde el siglo XV.

 

Sabemos que hacia el final del siglo XVII  ya se cultivaban varias variedades de vid cultivadas en Champagne. Entre las uvas blancas estarían Morillon (o Maurillon) blanc, de la que parece provenir la Pinot blanc (y que también se llama Maubard o Mauribard), la Gouest (o Gouais) blanc, la Meslier y, en la zona de Aube, la Chasselas doré (o Bar-sur-Aube blanc) así como la Arbanne. En cuanto a las uvas tintas, se cita sobre todo la Morillon noir (de la que provendría la Pinot noir) y la Morillon taconné de la que vendría la Meunier. También se cita a la Morillon hâtif  (también llamada de la Magdalena) y a la mediocre Gouest noir.

Jean MERLET en L’Abrégé des bons fruits, libro publicado en 1667 afirma que la Morillon hâtif es más curiosa que buena y sufre más ataques de moscas que la Morillon noir corriente… y hace mejor vino que la Morillon taconné… que es mejor que cualquier hâtif y que es excelente para hacer vino, tiene mucha producción y que la hoja es blanca y harinosa

También se habla de una variedad que produce uvas con un color intermedio, con la que en la época harían vinos que irían del blanco al tinto según la intensidad de la maceración  del prensado. Es la Fromenteau o Frumenteau o Fromenté, conocida en otras partes como Griset, Enfumé, Avernas gris d’Orléans, Burot, etc., y de la cual Nicolas BIDET, oficial de la Casa del Rey, dirá en el siglo  XVIII  (Traité sur la nature et sur la culture de la vigne, sur le vin, la façon de le faire et la manière de le bien gouverner, à l’usage des différents vignobles de France. Paris, 1759) que es una uva exquisita y muy conocida en  Champagne.

En “La Nouvelle Maison rustiquese precisa que es de color gris rojo y se añade que  el racimo es grande, los granos están muy apretados, la piel es dura, el mosto excelente y hace el mejor vino. Es a esta uva a quien debe su renombre el vino de Sillery.

Algunas variedades existen desde hace tiempo en la zona como la Morillon y la Gouest, y que citaba Eustache Deschamps en sus poemas. Otras fueron, probablemente, traídas desde Borgoña a partir del siglo XV (BEGUILLET (E.). Œnologie ou discours sur la meilleure méthode de faire le vin et de cultiver la vigne. Dijon, 1770).

Tanto en el siglo XVI y al inicio del siglo XVII podemos encontrar indistintamente en Champagne, en un mismo sitio, vinos blancos (poco apreciados) y vinos tintos. Estos últimos son mucho más importantes en volumen y tienen, obviamente, poco color; muy claros tirando a pálidos; según señala  Julien LE PAULMIER en su  Traité du vin et du cidre (1589).

El adjetivo clairet o cleret se usa para describir un vino tinto. Se usaba y se usa por toda Francia y de él viene el sustantivo inglés claret, que es sinónimo de vino de Burdeos.  Se usa para describir un vino tinto con poco color. Así, clairet, para el Diccionario de la Academia de 1694, se usa para describir un vino tinto y según el Grand Vocabulaire François de 1769 sólo debe usarse para describir un vino tinto con poco color. También podemos encontrar la expresión vin paillé, que según la Academia sería un vino tinto con poco color. Una expresión que aparece asimismo es la de vin d’œil-de-perdrix y que la misma Academia vincula con los vinos de Aÿ. A principios del siglo XVIII, según indica Paul PIARD en L’Organisation de la Champagne viticole. Des syndicats vers la corporation  (1937), que en siglos pasados era costumbre hacer en esta zona sólo vinos tintos, es decir vinos de œil-de-perdrix.

Se trataría, pues, de un color entre el rosado y el tinto y que el gran Olivier de SERRES identificaba como un color de rubí oriental.  Detengámonos un momento para rendir homenaje a Olivier de Serres, naturalista y agrónomo francés que de forma empírica y experimental comenzó en su país los primeros estudios sobre jardinería, horticultura y arboricultura.

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Actualmente se le conoce en Francia como el padre de la Agricultura y se ha instituido un premio con su nombre para distinguir trabajos que en esta rama alcancen renombre nacional. Publicó en 1600 Le théâtre d’agriculture et mesnage des champs que está considerada la primera publicación científica sobre agricultura y economía rural escrita en Francia. La obra fue un encargo del rey Enrique IV de Francia (1553-1610)… pero sigamos.

Hacia finales del siglo XVIII, la expresión œil-de-perdrix se acerca más al rosado y según el Dictionnaire de l’Académie, edición de de 1798, se dice de un vino que tiene un ligero color rojo.

El caso es que, parece ser que esta coloración débil y aleatoria situaba a los vinos de Champagne en mala posición comparado con los vinos de Beaune, con un color más sostenido y más al gusto de esa época y, por lo tanto, más fáciles de comercializar.  Tanto es así que está documentada la costumbre de reforzar el color del vino en Champagne.

Nos encantaría poder afirmar que en esta época en Champagne sólo había buenos vinos que se describen en Les Rémois, cuento escrito por La Fontaine, que era de la zona, concretamente de Château-Thierry, y que nosotros conocemos más por sus fábulas:

Il n’est cité que je préfère à Reims

C’est l’ornement l’honneur de la France,

Car, sans compter l’ampoule et les bons vins,

Charmants objets y sont en abondance

Desgraciadamente, no todo era excelente.  Los escritos de los viticultores y comerciantes de la época dejan poco espacio a la ilusión.  Además, debemos recordar cómo ha sufrido el viñedo durante dos siglos.  A las desgracias de las guerras debemos añadir las que son responsabilidad de los caprichos de la naturaleza. En su Journalier, Jean PUSSOT señala muchos años con heladas o de sequías, a veces consecutivas.  Así, en 1570, dice que las viñas de los lugares bajos se helaron y que el poco vino que hubo no era nada bueno.  En 1587, hubo poco vino y flojo, en 1588, hubo poco vino y de calidad media.  Se citan muchos años con la misma situación.  Parece que sólo un año de cada dos el vino era o de mala calidad o escaso, y a veces las dos cosas.  Esto no impedía que algunos productores hicieran excelentes vinos que disfrutaban, ya lo hemos dicho, de una excelente reputación pero sin poder asegurar la regularidad en esa calidad.

Por otro lado, también podemos leer en L’ Art de bien traiter, escrito en 1674 en Paris y del que sólo conocemos las iniciales del autor, L.S.R. (aunque algunos señalan que son las de Sieur Roland, cocinero de la Princesa de Carignan) que los vinos de Borgoña y de Champagne sólo son buenos si el año es bueno, y sobre todo los de Champagne. Añade que hay que tener cuidado con esos vinos furiosos y que burbujean sin parar.  Algunos han querido ver la primera descripción de un vino espumoso en este texto. Sin embargo, no es más que la de un vino en proceso de fermentación en un tonel.  Este libro fue escrito al menos una veintena de años antes de la primera mención en Francia de los vinos espumosos en Champagne.  No desesperemos después de tan largo viaje… estamos a punto de llegar.

Por otro lado, podemos leer en Manière de cultiver la vigne et de faire le Vin en Champagne, escrito en 1718, que los viticultores de Champagne bien por su delicado gusto, bien por su deseo de disfrutar plenamente del vino, bien por su habilidad para mejorarlos siempre han sido maestros en elaborar los vinos más exquisitos del reino.  Sin embargo, sabemos que este libro, aunque anónimo, fue escrito por Jean GODINOT, un canónigo de Reims. Estamos seguros que su afirmación está bien influenciada por su amor a su país y que, como mucho, sería aplicable a un volumen muy limitado de vinos de calidad.

La cruda realidad, repetimos, es que, en aquella época, la mayoría de viticultores y bodegueros vendían vinos bastante malos; bien por rutina, bien por descuido (o desidia) o bien por intentar asegurarse un beneficio bastante aleatorio buscando la cantidad en lugar de la calidad.  Esto me suena de algo.

En estos momentos, en Champagne se cultiva la viña y se elabora el vino de la misma forma que en el resto de Francia y, obviamente, con los mismos resultados y sin ninguna originalidad.  Sin embargo, surgirá una innovación técnica que va a influir poderosamente en la evolución del tipo de vino que se hará en la zona a partir de ese momento, dándoles una ventaja sobre otras regiones y abriendo, por fin, el camino hacia el vino de Champagne espumoso.

Curiosamente, esta innovación surgirá por los problemas que tenían los vinos tintos de Champagne para competir con los de Borgoña.  Los productores de la región encontrarán la forma de utilizar sus uvas tintas para hacer vinos blancos. Vinos que serán mucho mejores que los vinos blancos que acostumbraban a elaborar con uvas blancas y que nunca habían sido apreciados.   Así, en el siglo XVIII, leemos en Le Spectacle de la nature ou Entretiens sur les particularités de l’histoire naturelle qui ont paru les plus propres à rendre les jeunes gens curieux et à leur former l’esprit, obra anónima, escrita en 1763, pero que narra un tal Abad PLUCHE, la uva blanca sólo da vino blanco, pero que no tiene ni fuerza, ni calidad, que se vuelve amarillo enseguida y que ha muerto antes del verano.

Todo esto, y la aparición de DOM PERIGNON, lo veremos el próximo capítulo.